martes, 21 de mayo de 2013

Capítulo 19 -A mí Nadie me Mata-



CRIS:

Hoy nadie tenía ganas de llorar, yo ni siquiera podía derramar una lágrima.

Estábamos alerta todo el día, no habíamos dormido ni media hora seguida, pues todos sabíamos que las pesadillas nos acechaban al cerrar los ojos.

-Deberíamos ir al río, casi no nos queda agua. –La voz de Sandra nos sobresaltó a todos y sin decir ni una palabra nos levantamos mecánicamente del suelo y empezamos a andar.

Hubo un momento en el que mi mirada se cruzó con la de Óscar, pero él la aparto al instante. No quería admitirlo, pero me hizo daño que lo hiciera. Estas horas él había estado distante, como si no quisiera saber nada de mí, y eso yo no quería que ocurriese.

Sobre todo ahora, cuando teníamos que estar más unidos que nunca. Según todo lo que tenía planeado conseguiría llegar hasta el final. Mataría a los demás, por muy duro que pueda ser, por mucha sangra fría que haya que tener, aunque la conciencia me mate en mi última noche. Pero sea como sea... Óscar será el vencedor.

-Se nos hará de noche antes de llegar. –Sandra volvió a meternos prisa por enésima vez.

Pronto empezamos a andar tan deprisa que casi corríamos, podía oír nuestras pisadas en el suelo de piedra. Un aire húmedo llegó a mi rostro minutos después y supe que habíamos llegado.

-¿Dónde está el agua?

Miramos extrañados a Álvaro, que iba el primero. ¿Cómo que dónde estaba el agua? ¿Acaso él no sentía la humedad?

Nos asomamos a donde él miraba y no vimos nada, nada, sólo lo que parecía un espejismo. Carlos se agachó y cogió una piedra del tamaño de su puño y la lanzó hacia el agua. Unos segundos después la piedra regresó con más fuerza de la que había sido enviada. Dio a Carlos, que se quedó totalmente quieto, y luego cayó al suelo.

-¿Pero qué...? –Mi voz salió un poco estrangulada y tosí para despejar en nudo de mi garganta.
-Es una barrera, el límite de la arena.
-No, eso es imposible, Álvaro.

Era lógico que Sandra no le creyese, incluso a mí me costaba, pero estaba claro que era eso lo que pasaba.

Miramos a Carlos, que seguía incómodamente petrificado en su sitio. Se agachó y volvió a coger la piedra. La lanzó unas cuantas veces al aire y luego la volvía a coger con la misma mano. Echó su mano hacia atrás y luego la piedra se alejó de él a mucha velocidad. Volvió el doble de rápida, los pies de Carlos se desplazaron hacia la derecha justo a tiempo para que la piedra no le diese.

-Un segundo y medio.
-¿El qué?
-Un segundo y medio –volvió a repetir Álvaro-, es lo que ha tardado la piedra en regresar.
-¿Cómo...?
-Ángela me enseñó.

Ninguno de nosotros dijo nada más, todos captamos sus palabras dañadas.

-Tendremos que buscar otro río, -Óscar empezó a andar antes de terminar de hablar - en marcha.

Todos le siguieron, pero yo me quedé atrás, sin moverme de mi sitio.

¡Muévete! ¿Qué te ocurre?-dijo mi parte lógica, la que no estaba dañada después de todo lo pasado.

Espera... espera...

Hice caso a la segunda voz, aquella que me decía algo incomprensible.

Sentí la presencia de alguien antes incluso de verla. Aitana apareció por el camino contrario al que se habían ido los demás. Venía medio corriendo y se paró de golpe al verme, su ojo derecho estaba cerrado y la sangre le cubría media cara. Estaba herida, alguien la habría lanzado un cuchillo y la había hecho una buena raja encima de la ceja.

Su cara mostró sorpresa, pero la tapó con una sonrisa que me dieron ganas de vomitar. Me planteé si matarla, ¿para qué esperar más? Miré su arco enganchado a su espalda, estaba segura de que no tendría tiempo de lanzarme una flecha antes de que mi cuchillo cortara su cuello.

-¡Cristina! –La voz de Sandra estaba cerca, puede que a la vuelta de la curva de arena.

Aitana y yo habíamos dirigido nuestra mirada hacia la voz, y cuando volvimos a conectar nuestros ojos fueron mis labios los que formaron una sonrisa. Dirigí el pie derecho hacia delante y golpeé el suelo con fuerza como si fuera a correr a por ella. Aitana no se lo pensó dos veces y echó a correr.



Dos horas después no habíamos logrado encontrar ninguna otra fuente de agua, y la nuestra ya se había agotado.

-Tengo sed... –dijo por tercera vez en dos minutos Carlos.
-Deja de pensar en ello –le corté-, no duraremos mucho en este estado.
-¿Y qué pretendes que hagamos? –Álvaro se puso en frente de mí y me plantó cara.
-¿Te crees que he sido yo la que ha hecho todo esto? –Parecía que me estaba echando la culpa a mí. –No sé lo que vamos a hacer, pero no nos vamos a quedar aquí tirados todo lo que quede de nuestras malditas vidas.
-Está bien. –Se apartó un poco de mí. –Sandra y Óscar siguen por ahí.

Mi mirada había bajado hasta el suelo, pero en cuanto dijo el nombre de Óscar y Sandra le miré. Ahora que miraba alrededor... ¿dónde se habían metido?

-¿A qué te refieres con por ahí?
-Pues eso, que se fueron en busca de agua y no han vuelto.

Me senté en una roca al lado de Carlos, pero a una distancia para que no me diese con la espada que estaba afilando. Me imaginé a Óscar clavado allí y me levanté de un salto, otra imagen de Óscar atravesado con la lanza de Sandra pasó por mi mente.

-En... en un rato vuelvo.
-¿A dónde vas? –preguntó Álvaro, pero yo ya había atravesado los arbustos que nos rodeaban.

 
ÓSCAR:

Miré desde lo alto del árbol cualquier reflejo que mi indicase que había agua, pero tras cinco minutos allí no vi ni rastro de nada.

-Estamos perdidos –dije mientras bajaba abrazado al árbol.
-Yo no lo creo, todavía nos queda una posibilidad.
-¿A qué te refieres?

Ahora empezaba a ver por qué Sandra me había traído hasta aquí. Estábamos a pocos minutos de donde los profesionales acampaban. Retrocedí varios pasos hacia atrás y me alejé de Sandra.

-Tranquilo, tengo un plan ¿vale?

Sus palabras estaban lejos de evitar que saliese corriendo de allí, donde me esperaba Cristina.

Pero al pensar en eso, supe que tenía que seguir adelante.

-¿Cuál es ese plan?

 
De nuevo, me subí al árbol, el quinto en menos de una hora.

-¿Estás segura de esto Sandra? –pregunté en un susurro.
-Sí, por supuesto. Vamos.

Su voz era demasiado tranquila, pero a la vez me recordaba que me estaba obligando a hacer esto. Yo era el que me obligaba, y cada vez que pensaba en Cristina sentada en el suelo de nuestro campamento, muerta se sed, seguía adelante.

Pronto Fer se puso a mi vista, y luego Laura y Fénix, tumbados debajo de un techo y cogidos de la mano secretamente. Cada vez que Fer salía de mi vista, y no podía verle a través de las hojas del árbol, Fénix besaba a Laura. Yo no sabía si sentir asco o envidia.

Mis pensamientos me hicieron gracia y me tapé la boca para no echarme a reír. ¿Envidia, en serio había pensado en eso? Entonces caí en la cuenta, envidia de tener a alguien a mi lado, para besarla, para quererla. Las palabras impactaron en mi cabeza, y esta vez contuve los sollozos. Echaba de menos a mis padres, a el chico con el que jugaba de pequeño, y a...

-¡¡Óscar!! ¡Ayúdame, corre, socorro!

Utilicé el tronco del árbol como una columna por la que bajar y mis pies tocaron el suelo.

Corrí en dirección a los gritos, que ya casi no sonaban, y para mi sorpresa me guiaban en dirección contraria a Fénix y Laura.

-¡Sandra! ¿Dónde estás? ¡Sandra! –mi voz empezaba a sonar histérica.

Unos sonidos estrangulados me llevaron hasta ella. Marcos la tenía prisionera entre sus brazos, tapándola la boca con la mano y mirándome con una sonrisa escalofriante. Detrás de su pelo corto y moreno vi la figura de alguien. Caminaba por los techos bajos de las calles, y aunque no pude ver su cara sabía quién era por como andaba.

-¿Sólo estás tú por aquí? Bien, os añadiré a los dos en mi lista.
-En tú lista de: Los que me han vencido

Empecé a reírme, solo para ocultar mi nerviosismo, y alterné mi mirada entre Marcos y la sombra del tejado.

¿A qué esperas...? Intenté que mi pensamiento llegara a ella, pero eso era imposible. La chica del tejado se había quedado quieta encima de nuestras cabezas, pero no hacía nada más, sólo... observaba.

-Te crees muy gracioso ¿no? –Marcos hablaba mientras sacaba una daga y la ponía en el cuello de Sandra. –No creo que te puedas reír tanto cuando veas la cabeza de tu amiga separada del cuerpo.

Todo rastro de sonrisa se fue de mi cara, solo quería gritarla que bajase de ahí y me ayudase. Fijé toda mi atención en Sandra, que había dejado de removerse y miraba las manos de Marcos como si le sirviesen para escapar, ella solo necesitaba una oportunidad...

Un grito rompió cualquier otro silencio que se hubiese formado, pero no sonaba como un grito de dolor, sino más bien de lucha. Marcos se distrajo y Sandra mordió tan fuerte como pudo su mano. Alguien a quien no pude ver cogió la parte de atrás de la chaqueta de Marcos y lo lanzo por el aire. Yo di unos pasos atrás y cogí a Sandra para que no se cayese al suelo.

-Parecías un poco desesperado –la chica del tejado se encogió de hombros-, supuse que te hacía falta mi ayuda.

Yo intenté no mirarla, cualquier contacto era... arriesgado. Pero Cristina persiguió mi mirada hasta que no pude evitar que nos encontráramos. Yo aparté la mía y murmuré un triste gracias.

-Lo que tú digas.

Antes de que pudiese decir algo más, Cristina echó a correr y saltó el muro de piedra. Se había enfadado, y era todo por mi culpa.

-¡Vamos, vamos! –Sandra gritó poniéndose de pie y saliendo corriendo por donde había venido yo.

En medio de la plaza se desataba la pelea. Yo solo veía los cuerpos de Carlos y Álvaro mezclados con los de Fer, Fénix y Laura. Sandra ya sabía a por quien ir cuando llegamos, y ayudó a que todo se despejase un poco a mi vista cuando Laura salió corriendo. Vi la figura de Cristina saltar y empujar a Fer para salvar a Carlos. Cuando Marcos apareció fue corriendo hacia Álvaro.

-Salva a tu chica, Fénix.

Él solo asintió y dejó a Álvaro contra Marcos. Yo busqué todas mis armas, pero algunas de ellas las había perdido y solo tenía cuchillos, suficiente. Fui corriendo hacia Fer, no sin antes hacerle una herida a Marcos.

-Escuchad, ha sido increíble conoceros, pero... he llegado hasta el final. –La voz de Carlos me llegó rápidamente.
-No, Carlos. No puede ser el final, no el tuyo, aquí no. –Cristina intentaba que las palabras no salieran atropelladas de su boca, pero le faltaba el aire.
-En serio, menos mal que os encontré a vosotros, he disfrutado mucho de estos días...
-Este no es tu final. –Mis palabras salieron como una amenaza, demasiado fuerte de lo que pretendía.
-Ha sido increíble conoceros –volvió a repetirnos, aunque parecía que ahora hablaba para sí mismo-, hasta otra vida.

Sin poder decirle nada más, Carlos salió corriendo hacia la parte de arriba del pueblo.

-¡Ven Fer, es a mí al que buscas!

Él lo siguió, más cabreado que nunca.

-¡Se ha vuelto loco! –Cristina también fue tras ellos, con migo detrás.

Llegamos hasta un pequeño castillejo, ya medio destruido. Vimos a Carlos subir la colina ayudándose de las manos, mientras no dejaba de hablar para sí mismo.

-¡Chicos...! ¿Dónde está Car...?

Cristina levantó el brazo y apuntó con un dedo hacia las dos figuras de la montaña, ya casi arriba del todo.

Sandra cayó al instante. Venía sola, por lo que debió de darles esquinazo a Fénix y Laura. Álvaro también llegó, perseguido por Marcos, pero los dos se quedaron petrificados para poder ver la batalla entre Carlos y Fer.


CARLOS:

Ya estaba arriba, podía sentir el viento y la adrenalina en mi cuerpo. Fer me pisaba los talones, por mucho que corriera yo sabía que él me superaría. Me pregunté de qué servía todo esto, ¿sólo para causar un buen espectáculo? Pues era justo lo que iba a hacer, pero a mi manera.

-Estoy seguro de que estás furioso, es normal... yo maté a tú hermana y todo eso. –Empecé a hablar, su espada demasiado cerca de mí.
-No te servirá de nada soltarme un discurso, morirás...
-Eso ya lo sé –decidí cortarlo –pero hay algo que deberías aprender...

Ya había llegado arriba del todo, ahora sí que no tenía escapatoria, me obligué a seguir adelante.

-La venganza no es un buen aliado.
-No serás tú el que me dé consejos a mí, no estás en posición de sentirte seguro.

Sus palabras no me intimidaron. Yo ya había llegado al pico y ya casi podía sentir el viento envolviéndome cuando cayera.

-Siento todo el dolor que pude causarte, pero piensa que esto no fue culpa mía.

Fer me miró sin comprender, sostenía la espada con mucha fuerza y le sudaban las manos.


-Te concederé el honor de oír mis últimas palabras, aunque no creo que las merezcas.

Hice una pausa antes de continuar, suspiré y miré por última vez hacia abajo, donde los demás me miraban pasmados. Yo si estuviese en su lugar tampoco entendería nada, pero yo lo había hecho, esto era mucho más grave que una sola matanza anual.

Fer se acercó a mí, habría estado a punto de matarme si no hubiese visto como yo sonreía. Mis talones dejaron de apoyarse en el suelo.

-Recuerda esto: a mí nadie me mata.

Me di la vuelta y extendí los brazos. Miré el que había sido mi lugar durante demasiados días y me lancé al vació.

Los gritos del chico de arriba ni siquiera me importaron, estaba seguro de que él correría la misma suerte que yo. Durante los últimos instantes, sólo pude sentir mi cuerpo suspendido en el aire.
 
FER:
He fallado, a mí mismo y a mi hermana. No pude vengar su muerte. Ahora comprendo las palabras que Carlos me dijo, eran todas ciertas. No le puedo culpar a él de la muerte de mi hermana, es todo culpa de las personas escondidas detrás de las cámaras.
-Sé lo que debo hacer.
Me di la vuelta y planté cara a la cámara más cercana, seguramente ella habría grabado cada segundo de cada muerte. Levanté el dedo corazón de mi mano derecha y luego enfrenté al vació.
-Esto va por ti, hermana.