miércoles, 21 de enero de 2015

22 -Oscuro-


ÓSCAR:
Le di una muerte rápida, no fue dolorosa. El aerodeslizador se llevó el cuerpo de Álvaro, lo levantó del suelo en aquella calle llena de gatos y lo introdujo dentro de sí hasta sacarlo de la arena. Él, a quién habíamos salvado de Aitana; él, a quién ayudamos.
La sombra de la cornucopia se alargaba hasta chocar contra el enorme frontón y el tronco del árbol que cayeron anteriormente y estuvieron a punto de matarme. El cielo verdoso e inmenso se extendía sobre mi cabeza abarcando la pequeña arena que cada vez iba menguando más y más; ya no podemos salir del pueblo, ni el río ni el campo están ya a nuestro alcance, solo la fuente de la pequeña plaza, donde un pequeño chorro sale creando un delicado sonido que imnotiza mis oídos, y al parecer, también los de Sandra, que sostiene un trapo mojado sobre la cabeza de Cristina.
Solo queda Marcos, del ocendistrict 9; Sandra, del 9; Cristina y yo, del 5.
-¿Crees que despertará? –Pregunto esperando una contestación afirmativa; y así es.
-Si. –Contesta. -Ha perdido mucha sangre por las venas de la muñeca a causa de los cortes que Aitana le ha hecho, pero bueno, el torniquete me ha salido bien y ya no está tan pálida como anoche. –Al escuchar aquello mi respiración se relaja y se vuelve lenta y pausada. –Necesitamos mas libertad amarilla para las heridas de Cristina, ve a buscar más. –Sandra utiliza la sabía de las hojas de aquella planta para untarlas por las heridas, algo que yo no logro entender, ¿como una planta venenosa puede ser capaz de curar? Pero ella me explicó que no utilizaba el mejunje del fruto, que era muy venenoso, sino el de las ramas y hojas, que era curativo.
-De acuerdo pero... no voy a poder salir del pueblo y no creo que halla mucha libertad amarilla por aquí cerca.
-Con que me traigas unas cuantas hojas... me vale. –Así que salgo de la cornucopia y camino pueblo arriba, sin mochila, sin agua, sin ánimos y sin fuerzas.
Las enormes hormigas que en su día habían matado a Fénix, entraban y salían de un gran agujero en una de las laderas de la montaña, sin poder entrar en la arena y sin poder salir de ella las que se habían quedado dentro. Una enorme serpiente estaba enroscada a los pies de una enorme cuesta, cuesta en la que una vez salvé a Sandra, cuesta a los pies de una enorme casa que expulsaba una espesa humareda por la chimenea, una humareda que se erigía abruptamente del tejado y se elevaba hacia el cielo, entonces deduje que ahí tendría que estar Marcos, el único enemigo que nos queda. Por unos momentos pienso en entrar, matarle y acabar con todo esto, pero luego... ¿qué pasaría con Sandra y Cristina? y lo que es peor, ¿qué pasaría a la hora de nuestro enfrentamiento, como podría matarlas? Entonces, en la entrada de una pequeña casa, unas pequeñas bolitas amarillas se movían a causa de una delicada brisa.
<<-¡¡¡Bien, libertad amarilla!!! –Grito hacia mis adentros.>>
Me acerco rápidamente al pequeño arbusto verde y arranco la rama más grande posible para no tener que volver al día siguiente. Corro de vuelta a la cornucopia y cuando llego Sandra está de rodillas frente a un cúmulo de ramas y troncos intentando hacer una hoguera chascando dos piedras mientras Cristina, con los ojos cerrados y boca arriba, se encuentra descansando a la sombra.
-Ven. –Dice Sandra indicándome con la mano que me acerque. –Sopla cuando yo te diga. –Golpeó las piedras y estas provocaron unas pequeñas chispas que cuando cayeron sobre la madera prendieron una pequeña hoja que en seguida se apagó. Lo volvió a intentar y, esta vez, la llama se quedó un segundo más, segundo en el que me dio tiempo a soplar para que el fuego subiese y quemase las demás ramillas y hojas. –Gracias.
-De nada. –Apunto yo. –Y toma, esto es para ti. –Digo sacando la rama de frutos venenosos del bolsillo y poniéndola sobre sus rodillas.
-Perfecto. –Se levanta, deja la rama en la piedra en la que estaba sentada, coge una piedra y regresa con ella para comenzar a separar los frutos con suma delicadeza de la rama y después machacar las hojas y el tallo y extender el líquido sobre los cortes.
-Se donde esta Marcos. –Digo. –Estaba en una calle tras la iglesia, esa en la que nos vimos por primera vez en la arena. –Se acerca y deposita las bolas amarillas sobre una corteza gruesa de roble y comienza a aplastarlas con la misma piedra. –Tenía la chimenea encendida, soltaba una humareda muy densa, gris oscura; como si le diese igual que viésemos donde está, como si ya se hubiese rendido.
-Le conozco bien y... no va a rendirse todavía.
-No tiene agua, ni comida, ni...
-Ni fuerzas, lo se. –Me interrumpe. –Pero el problema es que los débiles somos nosotros, no él. Yo le he visto en el ocendistrict 9, pese a que sea tan delgaducho y bajito... es fuerte y bruto, sobre todo lo último.
-Somos tres, el solo es uno.
-Somos dos. –Dice mirando a Cristina mientras deposita el líquido amarillo que acaba de extraer de los frutos en otra corteza, esta vez de chopo.
-¿Que vas a hacer con eso? –Pregunto de inmediato.
-Es por si acaso quedamos nosotros tres, tú te suicidarás por salvarla a ella, y yo... haré lo mismo, si me bebo esto caeré muerta. –Vierte una gota de agua en el líquido y luego dos del mejunje que había hecho para las heridas de Cristina.
Me siento junto a Cristina y ella se mueve débilmente para ponerse de costado.
-Los juegos están a punto de terminar, Sandra. –Digo. –Solo quiero que sepas que... por si acaso mueres, o muero... ha sido un verdadero placer haberte conocido, lo digo en serio. –Me atraganto. –Y seguramente ella opine igual. –Prosigo refiriéndome a Cristina.
-Me lo creo. –Sonrío.
-Haces bien. –Cojo la cantimplora y me acerco a la fuente para introducirla bajo el chorro y espero a que se llene. Cuando está hasta arriba, me llevo la boquilla a la boca y bebo hasta dejarla casi vacía. Después la vuelvo a introducir bajo el chorro para volver a llenarla, pero antes de eso escucho a Sandra gritar:
-¡¡¡Óscar, Óscar!!! –Entonces dejo caer la cantimplora sobre el suelo y corro rápidamente hasta Sandra, que sostiene la cabeza de Cristina sobre sus rodillas.
Tiene los ojos abiertos, mirándome, inyectados en sangre.
-¿Cómo estás? –Pregunto.
-Tumbada. –Dice sonriendo. –Hambrienta y cansada.

CRIS:
Sandra y Óscar me ayudan a sentarme y a apoyarme en la cornucopia, junto al débil fuego, débil como yo. Me traen un muslo de conejo y una cantimplora para que me alimente y luego se acomodan, Sandra a mi izquierda y Óscar en frente.
-¿Que pasó después de que yo encontrase a Aitana matando a Jackie...? –Digo rebañando el hueso. –Sólo recuerdo el salto de Aitana que me hizo perder el equilibrio, caí, ya mareada y después sentí un cosquilleo en las muñecas. –Las miro y veo una extraña tela pegajosa que envuelve mis cortes. –A vale, ya veo lo que pasó después. ¿Y Álvaro?
-Álvaro intentó matarte, –Dice Óscar. –pero lo hice yo primero.
-¿Como que...? ¿Pero...? ¿De verdad lo dices...? –Pregunto.
-Si, Cristina. –Afirma Sandra, quien entre sus dedos mueve un pequeño cuenco de madera, seguramente fabricado por ella. –Se le había ido también un poco la cabeza, como a Aitana, sí. –Alarga el brazo y me ofrece el cuenco que contiene un espeso líquido amarillo mientras Óscar se levanta para echar unos palos al fuego y avivar la llama naranja que con la luz del día brilla poco y no se ve el naranja intenso que se puede observar cuando todo está oscuro al rededor del fuego. –Pero ahora solo queda Marcos y tenéis que pensar una forma de... derrocarlo.
-Matarlo. –Apunta Óscar; que esta serio y al parecer también está cansado.
-Ya pensaremos en eso esta noche, veo que no habéis dormido ninguno de los dos. –Digo. –Tumbaos un rato y descansad, no creo que halla mucho peligro con solo Marcos al acecho. –Los dos asienten y se preparan un lecho donde poder echarse unos minutos. –Si le veo... gritaré para que os despertéis. –Cierran los ojos y sus respiraciones se vuelven pausadas, como la mía hace una hora o dos, supongo. Me levanto y salgo de la Cornucopia para dar tres, cuatro, cinco pasos seguidos. Miro me reflejo en la superficie dorada y veo mis ojos rojos y las ojeras, pero de repente mi vista se nubla pierdo el equilibrio. ¿Que me esta pasando? Los puntos negros comienzan a desaparecer y la cornucopia vuelve a estar al alcance de mi vista. Me acerco a la fuente para mojarme la cara pero todo vuelve a nublarse de nuevo; puntos negros aparecen por doquier impidiendo que mis ojos consigan ver algo que no sea negro. Caigo de rodillas a los pies de la fuente y después de lado, haciendo rebotar mi cabeza en el asfalto de la plaza de aquel pueblo que es la arena.
Solo escucho el sonido del agua, el fino chorro que retumba en mis oídos hasta que... hasta que dejo de escucharlo y muero.
Una muerte rápida y limpia, veneno, arma de mujeres como decía mi padre; veneno, arma limpia y eficaz, casi irremediable de evitar su muerte si es fuerte la ponzoña; veneno, perfecto.

ÓSCAR:
*Cañonazo*
Cuando abro los ojos la oscuridad lo abarca todo, absolutamente todo, incluso las brasas del fuego casi extinguidas.
-¡Sandra, levanta! –Digo; pero ella no está tumbada a mi lado, ni en frente, ni detrás, sencillamente no esta en ninguna zona dentro de la cornucopia, pero sí fuera, ya que escucho el sonido de unos pies arrastrarse. -¿Sandra? –Consigo susurrar. -¿Cristina? ¡Cristina! ¡¡¡Cristina, Cristina!!! ¡Cristina! –Pero no hay respuesta, todo lo contrario, los pasos cesan y solo hay silencio y más silencio hasta que...
-Óscar. –La voz de Sandra suena tras el frontón hecho pedazos. –Ven, deprisa. –Entonces me acerco corriendo siguiendo la voz de Sandra que me llama. Dejo atrás las armas, la comida y el agua para hacer lo que me dice. –Vamos vamos, más deprisa, esta escondido por aquí cerca, corre corre. –Llego tras el frontón y ella está pegada a la pared, con lanza y cuchillo en mano preparada para atacar.
-¿Y Cristina? –Preguntó mientras ella me da el cuchillo que llevaba en la mano izquierda.
-En la fuente, muerta. –Dice a la vez que a mi se me agarrota el corazón y comienza a latir fuertemente dentro de mi pecho, haciéndome daño. –El aerodeslizador no se la ha llevado todavía porque seguimos cerca, tú, yo y Marcos.
-¿Donde está Marcos?
-No lo se, le he escuchado en la cornucopia, mientras dormíamos, me ha despertado.
-¿Y no me has llamado?
-No, quería que intentase matarte para clavarle el cuchillo en cuento estuviese a mi alcance, pero no le veo.
-La ha matado, ¿como no lo has impedido, Sandra? Está muerta por culpa de ese...
-No te preocupes, Marcos saldrá en cualquier momento esta noche, le conozco y... no es paciente, no aguantará mas de dos horas quieto donde esté.
-¡Pero ese no es el mayor de mis problemas! Cristina... –Solo consigo pensar en Cristina que para mi había sido no solo una compañera de ocendistrict, sino una amiga y casi una hermana, pero ahora estaba muerta, no pude ver como fue, y lo que es peor, no puedo ver su cadáver entre las sombras de la falsa noche en la que estoy sumido junto a Sandra, un asesino y el cadáver de una de las personas a las que mas he apreciado durante años.
-No hay tiempo para arrepentirse e ir a ver a Cristina, hay que matar a Marcos y luego yo moriré, dejándote a ti ganar y vengar a tu hermana. –Asiento, pero no puedo evitar preguntar:
-¿Como está el cuerpo de Cristina?
-Tiene una raja en el cuello, y le falta una mano. –Contesta. –Quiso luchar. –Entonces una lanza se clava en la piedra del frontón a dos centímetros de mi garganta.
-¡Joder! –Exclamo; y entonces Sandra se agacha, coge una piedra, me da con ella en la cabeza y caigo como un plomo al suelo, sin hacer ruido y todavía consciente. -¿Porque has hecho eso? –Pregunto tartamudeando; pero ella se agacha y desaparece en la oscuridad dejándome al alcance de Marcos.
Me arrastro por el suelo con la cabeza retumbando llena de sangre y con un pitido ensordecedor en mis oídos que no deja de sonar violentamente. El suelo está frío y duro, solo encuentro piedras y el camino hasta la fuente se me hace eterno; pero cuando llego, el cuerpo de Cristina está en el suelo, boca arriba, delante de la fuente. Toco su pelo, enredado, después su mano, la derecha, la izquierda y... ¿Sandra no dijo que le faltaba una mano? Entonces rápidamente las mías se dirigen al cuello del cadáver y palpo la piel.
-Aquí no hay raja ni nada. –Susurro; tan bajo que parece que las he dicho en mi cabeza sin haber movido los labios para pronunciarlas. -¿Que cojones está pasando? -Y una voz suena al otro lado, tras el frontón,  de donde venía yo.
-Solo puede salir uno de los tres. –Una voz masculina, Marcos.
-¿Crees que serás tú? –Dice Sandra desde otro punto diferente en la oscuridad que nos envuelve, no una oscuridad normal, es una oscuridad de esas en las que pasas la mano frente a los ojos y solo consigues atisbar una pequeña sombra.
-Desde luego tú no, Sandra. –Contraataca él. –Eres demasiado... frágil.
-O eso piensas.
-Que vamos, ¿a charlar y echarnos mierda el uno al otro? –Dice él mientras yo cojo un cuchillo que Cristina guarda en el cinturón.
-¿Porque no? –Apunta Sandra; y comienzo a caminar despacio y en silencio hacia la cornucopia. –Es divertido soltar toda la ira que tiene uno dentro antes de morir, ¿que opinas Óscar? –No contesto, pero ellos se callan de inmediato a la espera de una respuesta que salga de mi boca. -¿Óscar? –Dice ella con un atisbo de preocupación en la voz. –Marcos, veo que se nos ha escapado. –Pero Marcos tampoco responde.
Cojo una piedra al entender el plan de Marcos y Sandra. Pretenden acercarse en la oscuridad siguiendo las voces de sus contrincantes, pero ese plan falla en cuanto el sol, de repente, sale por el este iluminando la pequeña arena, extinguiendo la absoluta oscuridad y haciendo daño a mis ojos acostumbrados a la noche.
Entonces veo a Sandra con lanza en mano y a Marcos detrás de mí con el mismo arma y la misma postura que su compañera de ocendistrict.
-Fíjate que fácil va a ser matarte. –Dice Marcos, quien deprisa, me agarra por el cuello y sostiene mirando a Sandra. –Luego será más fácil matar a una mujer.
-¿Como hiciste con Cristina, no? –Pregunto retóricamente.
-¿Que Cristina, la de tu ocendistrict? No, no la he tocado. –Dice. –¿Estaba pálida y con las venas totalmente moradas y marcadas casi a punto de explotar?
-No la he visto. –Contesto; y él me suelta de golpe para decir:
-Démosle un verdadero espectáculo al Ocentolio. Ve a ver su cuerpo, total no va a irse y el aerodeslizador no va a llevársela hasta que no nos alejemos. –Y eso hago: me acerco a paso ligero y veo el cuerpo tirado sobre el escalón en el que la fuente se encuentra; venas moradas, piel pálida, pelo enmarañado y boca abierta, como si hubiese vomitado.
-¿Que cojones le ha pasado? –Pregunto mientras Sandra baja el arma y mira nerviosa hacia el cuento de corteza en el que había guardado el veneno.
-Lo que a pasado, amigo mío, es Sandra. –Contesta Marcos dejando caer el arma al suelo. –Es... un veneno mortal que se fabrica en el ocendistrict 9 que varias personas del Ocentolio usan en su vida cotidiana. –Prosigue mirando hacia el cielo  y abriendo los brazos, como si se lo estuviese diciendo a las cámaras ocultas que nos observan. –Es un veneno ilegal que se prohibió en el 31º Ocen Games cuando el vencedor envenenó a todos los tributos vertiendo el líquido en la única agua que había. No duró ni un día el juego. Se prohibió en los ocendistrict y se prohibió en el Ocentolio, ya que su utilidad servía para múltiples de otras cosas como... Matar a tus rivales, o a tus amargados vecinos, o a algún revolucionario de algún ocendistrict.
-¿Cuanto tardas en morir? –Pregunto lleno de ira hacia Sandra, que nos juro fidelidad. Me fue de ella y compartí mi comida y bebida para que luego, con una puñalada trapera, se deshiciera de nosotros limpiamente.
-Una vez que te lo has tomado... tienes entre 15 y 30 minutos hasta que comienza el mareo, luego duras 1 minuto o 2 en morir, además sin dolor. –Dice Sandra mirándome, apenada.
-Pero... ¿quienes somos nosotros para desafiar al Ocentolio? Mejor dicho, ¿quién eres tú, Sandra, para desafiar al Ocentolio? –Entonces rápidamente Marcos se agacha, agarra la lanza y, con impulso, la tira hacia Sandra, quien sin poder hacer ningún movimiento cae de rodillas con el arma en la garganta. –Y ahora vas tú.
-Espero que sea así. –Entonces me siento en la entrada de la cornucopia y espero a que Marcos recoja el arma con la que ha matado a Sandra. –Una vez, por la noche, estaba sentado en el porche de mi casa pelando una manzana roja, tan roja como la sangre.
-Si, me interesa. –Dice sarcásticamente acercándose a mi con la lanza en mano y preparado para matarme. –Mi madre, junto a mi hermana y mi padre, intentaban hacerme reír después de haberme caído, y lo consiguieron. Cristina me vio caer y ella me acompañó a casa. –Prosigo. –Estaban haciendo un tipo de espectáculo, haciendo malabares y todo eso... pero ese día no lloré lo suficiente, solo el día de después cuando mi padre murió en la central eléctrica junto con sus compañeros.
-¡Malabares voy a hacer yo con tu cabeza! –Dijo levantando el arma. Pero yo fui más rápido. Hice algo que él no se esperaba. Saqué el cuchillo y lo clavé en su costado.
-¿Ahora sientes el dolor que sentí yo cuando me clavaste tu lanza. –Apunto mientras Marcos cae al suelo. –Tú mismo lo has dicho, démosle un espectáculo a nuestros... amos, por así decirlo. –Digo refiriéndome al Ocentolio. Saco el cuchillo y lo clavo en su hombro, luego en la pantorrilla, en la espalda y por último en los gemelos. –No creo que puedas moverte ya como para poder matarme. –Me acerco a las ramas caídas del árbol arranco unas cuantas. –Bien, empecemos. –La primera rama, del grosor de un dedo gordo de la mano, lo clavo atravesando los dos pómulos de la cara mientras el grita; el segundo, del grosor del dedo meñique, lo clavo en la nariz, horizontalmente para que atraviese los dos orificios, como el de los pómulos; y el tercero lo machaco y convierto en finas astillas para clavarlas en el globo ocular. -¿Ves lo que es dar un espectáculo? Ahora solo tienes que aguantar unos minutos así, no te preocupes. –Todo un charco de sangre se forma sobre el cuerpo de Marcos que se retuerce en el suelo. –Así, muy bien. –Hasta que desangrado, y por falta de aire, muere; al fin.
*Cañonazo*


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